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Miércoles, 25 de febrero de 2015

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Jonás 3:1-10
Salmos 51:3-4, 12-13, 18-19
Lucas 11:29-32

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atando cabos

"Conviértase cada uno de su mala conducta" (Jonás 3:08).

Los habitantes de Nínive, malvados como eran, supieron ver la conexión entre sus pecados y la destrucción que se les venía encima. Estas personas a menudo abusaban y masacraban un gran número de personas. Eran paganos, espiritualmente muertos, los menos propensos a arrepentirse. A pesar de todo, la palabra profética atravesó sus corazones y se arrepintieron. Jesús los elogió por esto (Lc 11:32).

Nosotros, en cambio, corremos el riesgo de imaginamos que somos más sofisticados que los antiguos ninivitas. Confiados en que podemos ver la relación directa entre el colesterol y las enfermedades del corazón, la bebida y la enfermedad del hígado, la higiene y prevención de infecciones, la salud física y salud mental, etc. Con todo, a pesar de nuestra cultura "avanzada" y científica, raras veces somos capaces de ver la muy evidente relación que hay entre el pecado y la muerte espiritual.

Nuestra cultura se le hace difícil comprender la conexión entre el pecado sexual y el amargo sentimiento de culpa, el consumismo y la indiferencia hacia los pobres, los anticonceptivos y los muchos fracasos matrimoniales y familiares, el relativismo y la escasez de vocaciones, etc. Nuestra cultura no puede conectar el sacrificio de Jesús y el perdón de los pecados. Así que muchos actúan como el fariseo, pensando que están a bien con Dios sin darse cuenta de lo que es realmente pecaminoso. Ni siquiera llegan a enterarse de que son pecadores (Lc 18:11-12). Si supiéramos atar cabos como es debido, las filas para confesarse darían tres vueltas a la iglesia todas las semanas.

Jesús vino a salvar a pecadores como nosotros. Todo lo que necesitamos hacer es ver que somos pecadores y Él es nuestro Señor, Salvador y Redentor. ¡Arrepentíos!

Oración:  "Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador" (Lc 18:13).

Promesa:  "tú no desprecias el corazón contrito y humillado" (Sal 51:19).

Alabanza:  Dándose cuenta de que la falta de perdón en su vida estaba sofocando al Espíritu Santo, Nancy se confesó y quedo en libertad.

Referencia:  (Esta enseñanza fue presentada por un miembro del equipo editorial).

Rescripto:  †Reverendísimo Joseph R. Binzer, Obispo auxiliar y Vicario general de la Arquidiócesis de Cincinnati, 25 de agosto de 2014

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